10 ene 2009


Silencio

(El eco de su voz)

Una noche que se acaba y otro día que comienza. Todo estuvo oscuro, todo termina. La luz a través de la ventana ilumina su rostro que no veo, sus cabellos negros, su cuello blanco y perfumado. Su voz silenciosa, la canción de la polifonía de su cuerpo, que sólo yo oigo, como ocurre siempre, inundaba el ambiente. Su voz. Eso era.

Había ya llegado el fin, pero no me decidía.

No sabía su nombre, y sin embargo, no se puede huir de aquello que inexorable nos espera. Era inevitable, y me frustra no saber porqué. Ya no la deseo, y ése es el problema. Como si el fuego de la noche muriese opacado por la luz del día, eso es todo lo que queda: una noche, un recuerdo, y olvidar… olvidar aquello que no puede repetirse.

Pasa lo mismo cada vez.

No era necesario esperar el sol, porque la decisión, como siempre, ya había sido tomada, y las cartas sobre la mesa respondían a aquello que se les había preguntado. Ella sólo espera porque sabe que hay algo que esperar, que hay algo más allá… que algo había fallado… que algo quebró el encanto de su voz. Monotonía era el defecto de que ninguna escapaba.

Ella sólo espera.

Se ha dado vuelta, y su sonrisa despliega en mí un millón de fantasías. El eco interminable de su risa y la vibración inconfundible de la vida que latía en cada espacio de su cuerpo me resultaban… ensordecedores, insoportables. La voz, sobre todo cuando se cuela en susurros musicales nota a nota, tiene cierto encanto mágico, un poder de persuasión que ninguna otra fuerza en el mundo posee. Es el arma de la que nadie tiene conciencia, la que fácilmente desarma, porque nadie está en guardia. Por fin dejó de cantar… de reír… de hablar… de murmurar extrañas melodías. Busca acomodarse entre mis brazos, y yo me alejo. Aquello no termina y no se olvida.

Pasa lo mismo cada vez.

Se pregunta que pudo haber hecho mal, porqué mis brazos antes ansiosos ahora la rechazan. Es que el problema soy yo, pero también es ella… esa voz que nunca cambia, ese insistente pulso de ella misma, esa vil monotonía. Es la clave del enigma que no consigo revelar, la llave de la cadena que no consigo evitar.

Había ya llegado el fin, pero no me decidía.

Siempre me pregunto lo mismo, ¿Se puede cambiar este destino? ¿Puedo yo dejar de hacer aquello que mi sangre me exige? ¿Puedo evitar aquello que la razón no entiende cuando es el corazón el que siente? He aprendido que no, y es tarde. Ya casi amanece del todo.

Ella sólo espera.

Camina hasta la ventana y mira a través de ella. Las olas que se agitan y en el agua el reflejo de la luna. La noche quiere estar silenciosa, y el viento respeta su deseo. La luz blanca de la luna disimula el tono ocre de su piel, y el brillo azulado de su pelo. De pie allí, como una estatua de plata con la inquietud sembrada en el alma.

Había ya llegado el fin, pero no me decidía.

Tal vez si hubiera abierto la ventana las cosas podrían haber sido diferentes, tal vez se hubiera armado en mí esa fiesta de sonidos que sólo su ausencia puede generar. No lo sé. Sólo me queda creer que el destino es ineludible: redundante, pero no hay otra forma de decirlo. En sus rincones más profundos, el alma siempre sabe qué es lo que le espera. Reacciona conforme a ello, como un instinto básico que la guía más allá del dolor y la alegría, más allá de la muerte y la supervivencia. Así, ella volvió a recostarse en la cama. Volvió a reir.

Ella sólo espera.

Entonces me mira aterrorizada, pero no puede moverse. Sabe lo que le espera, lo ha leído en mis ojos, y lo ha identificado en su alma. Sucede inevitablemente: sólo recuerdo haber rodeado su cuello con mis dedos como garras; mis manos temblorosas pero firmes mientras siento que su vida se debate y se resbala bajo ellas, su rostro hermoso e inerte. Era una sensación extraña, que atrae y repele a la vez. Después, el cuchillo… y la delgada línea roja a través de su garganta. Silenciada, pensé. Abrí la ventana: ya no oía nada…

Pasa lo mismo cada vez.



2do lugar en el Concurso de Cuentos del Centenario en el 2007. Espero que les guste!

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